¿Qué elegimos recordar? Una reflexión sobre las representaciones del pasado

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(Reconstrucción del fuerte de San Carlos, Argentina)

Las reflexiones sobre la forma en que construimos o representamos el pasado están a la orden del día. Aquello que elegimos conservar, preservar, como testimonio de ese pasado imaginado o soñado tiene mucho que ver con lo que somos y queremos ser. Acabo de regresar de Mendoza (Argentina), donde tuve la oportunidad de participar en unas intensas jornadas de debate y reflexión en el marco del SISPA-2018 (Seminario Interdisciplinario sobre Sociedades del Pasado-2018), organizado por la profesora Margarita Gascón del Conicet y dedicado al tema de los “Patrimonios”. Fue un escenario muy productivo, con un formato de trabajo que debería aplicarse en todos los eventos de este tipo. Colegas provenientes de la arquitectura, el derecho, la arqueología, la antropología, la biología, la geografía y la historia pudimos dialogar y comparar experiencias sobre la construcción de las representaciones sociales del pasado, la valoración de los vestigios que atestiguan y materializan esas representaciones y sus implicaciones para nuestros países. Predominaron los colegas de Argentina, pero también había chilenos, peruanos, colombianos y salvadoreños. Todo un mosaico de experiencias, pero con muchos puntos en común que trataré de sintetizar en estas líneas.

Los temas puntuales que se trataron fueron muy diversos: la declaratoria de la ciudad de Valparaíso como patrimonio de la humanidad, el peligro en que se encuentra el centro histórico de San Salvador, los petroglifos en peligro por las obras de infraestructura en Chile, los trabajos sobre los restos que quedan de los fuertes fronterizos de las provincias centrales de Argentina, los documentos de archivo sobre grupos fronterizos, el ecoturismo en parques naturales, la construcción de imagen de la nación a partir de grupos indígenas, la apropiación del pasado más antiguo de la Patagonia por parte de sus habitantes actuales, entre otros. Pero todo estuvo cruzado por una serie de ejes comunes de reflexión, con temas y preocupaciones que asaltan a los especialistas y a la gente del común.

Una conclusión muy importante de este tipo de discusiones es que lo que consideramos “patrimonio” es aquello que elegimos cuidar, conservar, proteger, porque sirve de sustento concreto, empírico, para la memoria, para los relatos que nos creemos y nos contamos a nosotros mismos sobre nuestro origen. Por lo tanto lo que se considera patrimonio, o sea, digno de ser conservado depende de las representaciones del pasado que en cada momento se consideren válidas por cada sociedad, o por cada sector de la sociedad. Fue claro en varias de las intervenciones cómo se ha privilegiado, por lo menos en Argentina y Chile, la imagen del pasado que considera que el origen de todo es la llegada de los europeos que se enfrentaron a la población indígena casi salvaje. Antes de eso no había nada, o por lo menos, nada importante, y el símbolo que se escoge para iniciar el relato histórico es la construcción de fuertes, de pequeñas fortalezas desde las cuales se lucha contra los indígenas y van estableciendo la frontera de la civilización. El origen de estas naciones está condensado en las ruinas y restos que quedan, en los documentos que narran el avance de los blancos y mestizos en estos territorios, sobre todo durante el siglo XVIII. Mientras no se incluya dentro de la representación de estos países los miles de años de desarrollo de los grupos indígenas que poblaron su territorio antes de la llegada de los europeos, los vestigios que dejaron no tendrán la misma valoración social que los restos de arquitectura militar que se produjo en el marco de la confrontación. Hay que cambiar el pasado para que cambie la valoración de lo que deseamos conservar en el presente.

Pero de esto también se desprende otra consideración. Cada actor social tiene una idea diferente sobre el pasado. Cada grupo e incluso cada individuo ha construido un relato diferente, que puede llegar a ser muy conflictivo. Lo que el Estado, por ejemplo, considera digno de ser conservado, no coincide muchas veces con lo que piensan los académicos o especialistas, y esto, a su vez, entra en conflicto con lo que piensan las comunidades o la sociedad en general. El “valor” que la llamada “sociedad civil”, la opinión pública, los grupos sociales y otros actores le pueden dar a un bien, a un vestigio, es infinitamente variable y subjetiva. Y cada cual quiere imponer su interpretación del pasado. El Estado es a veces el actor más fuerte, tiene la ley, el poder militar y económico de su lado, pero no siempre logra imponerse sobre los demás. Los académicos tienen también un peso relativo. Pueden influir en la opinión pública, pueden influir o asesorar al Estado, pero tampoco logran siempre su cometido. A esto se le agregan los intereses de la gente común y todas la enormes variedad de actores sociales que, de acuerdo con sus intereses o sus conocimientos, valoran de forma selectiva lo que merece ser conservado para el recuerdo. Un escenario cada vez más complejo, donde la única solución es el diálogo, un diálogo infinito, a veces desgastante, pero siempre necesario, que se realiza en condiciones de mucha desigualdad. Las desigualdades sociales, las injusticias, las formas de acceso diferenciado a los recursos, al poder, al conocimiento, se manifiestan siempre en este terreno. Múltiples visiones del pasado producen múltiples propuestas sobre qué conservar y cómo hacerlo. Ya no es posible un relato único sobre el pasado, ya no es posible una sola representación hegemónica, ya no es posible algo parecido a una “identidad” que nos una. Vivimos en sociedades muy plurales, cada vez más conscientes de lo que implica apropiarse del discurso sobre el pasado. Pero los monopolios ya no son posibles en estos terrenos. ¿Qué hacer? ¿Cómo construir un pasado más equitativo? ¿No significa esto construir un presente más equitativo?

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La reflexión también incluye al patrimonio natural, a lo que queremos conservar de la vida animal y vegetal que nos circunda, en una sociedad cada vez más consumista y destructora. Fue muy interesante la presencia de colegas biólogas interesadas en el tema del ecoturismo, donde también se manifiestan muchas tensiones difíciles de resolver. La conservación de ciertos entornos naturales de forma pura, sin intervención humana, ya no es posible. Hay que conocer la naturaleza y en ese proceso de conocimiento, es inevitable la intervención de las personas. Muchos lugares dignos de conservación han sido intervenidos desde hace siglos, incluso milenios, por la mano del hombre. Ya no existe la naturaleza virgen. Ahora solo hay naturaleza humanizada, que tiende también a naturalizar al ser humano. ¿Cómo valoramos esto? Desgraciadamente las tensiones se manifiestan en temas muy concretos como la contradicción entre el turismo y la conservación. A veces, la conservación solo se justifica ante la sociedad si implica la posibilidad de producir alguna rentabilidad económica: turismo. Turismo que trae divisas, que trae desarrollo y riqueza, pero que puede ser potencialmente destructivo. No es un problema fácil de resolver, pero hay propuestas y experimentos interesantes en este sentido.

Más que respuestas a los problemas que se acaban de plantear, que no son sino una pequeña muestra de lo que se discutió, el SISPA nos ha dejado preguntas. Pero eso es bueno. Seguramente otros colegas podrán comentar muchas otras cosas. Yo solo anoto lo que me llamó la atención para mis interese personales y académicos. Y en esta línea, entre personal y académica, quiero destacar una última cosa: la forma en que se organizó el seminario. Fue algo muy diferente a lo que estamos acostumbrados a hacer ahora. Lo que predomina son los eventos donde cada participante habla veinte minutos, si mayor discusión, dos o tres preguntas y pasamos al siguiente. En el SISPA hubo un ambiente de diálogo constante y debate. Fue más el tiempo del debate que el de las presentaciones. Y cada uno habló desde su disciplina, desde su experiencia, desde su país, asumiendo que los otros eran sus colegas, no sus estudiantes, ni su competencia. Solo lamento que el tiempo era corto y las discusiones infinitas. Pero ya habrá oportunidad para volvernos a encontrar. El debate continúa. El pasado se seguirá construyendo y reconstruyendo a medida que el presente se transforme.

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5 respuestas a ¿Qué elegimos recordar? Una reflexión sobre las representaciones del pasado

  1. mbbymb dijo:

    ¡Transformación!
    Felicitaciones

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  2. María Stella González de Pérez dijo:

    Leo este texto después de ver en llamas el Museo Nacional de Brasil. Leo este texto en donde, entre otros temas, se habla del peligro en que se encuentra el acervo cultural de diversos países. Leo este texto cuando la tristeza, la rabia y la impotencia invaden mi corazón y mi mente. Hoy está en cenizas un patrimonio material histórico, cultural, académíco e investigativo que no empezaba en 1492. Empezaba con los huesos de Luzia, el esqueleto humano más antiguo de Suramérica. ¿Qué acabó con estas colecciones invaluables? ¿Qué acabó con la gran biblioteca? ¿Nuestros gobiernos «carecen de presupuesto» para conservar los testimonios del pasado?
    Si se dijo en Mendoza que aquello que se elige cuidar, conservar y proteger es lo que se considera patrimonio, ¿qué es el patrimonio para nuestros gobernantes?

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  3. Margarita Gentile dijo:

    Por si sirve de consuelo, hay cantidad de material del Archivo de Río digitalizado en el sitio de nuestra Biblioteca Nacional​ [de Argentina]​, con la que se hizo convenio hace un tiempo.

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  4. Hismilda Espinal Raigoza dijo:

    Nuestro patrimonio material e inmaterial es poco apreciado por las instituciones que deben velar por su conservación,es de mayor relevancia destruir todo aquello que habla de nuestros ancestros para pagar favores políticos . Carecen ,nuestros mandatarios de sensibilidad para hacer lectura de nuestro patrimonio.

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