Simón Bolívar, por Karl Marx

Karl Marx

En: The New American Cyclopaedia, Vol. III, 1858. Pp. 440-446.

Bolívar y Ponte, Simón, el “Libertador” de Colombia, nació en Caracas el 24 de julio de 1783 y murió en San Pedro, cerca de Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Era hijo de una de las familias mantuanas[1], que en tiempos de la dominación española constituían la nobleza criolla de Venezuela. En conformidad con la costumbre de los americanos ricos de esos tiempos, fue enviado a Europa a la temprana edad de 14 años. De España se trasladó a Francia y vivió durante algunos años en París. Se casó en Madrid en 1802 y regresó a Venezuela, donde su esposa murió repentinamente de fiebre amarilla. Después de esto [441][2] visitó Europa por segunda vez y estuvo presente en la coronación de Napoleón como emperador en 1804 y en la toma de posesión de la Corona de Hierro de Lombardía en 1805. En 1809 regresó a su hogar y a pesar de la insistencia de su primo Joseph Félix Ribas, se negó a participar en la revolución que estalló en Caracas el 9 de abril de 1810, pero después de los eventos aceptó una misión a Londres para conseguir armas y solicitar la protección del gobierno británico. Aparentemente bien recibido por el marqués de Wellesley, que posteriormente fue secretario de asuntos exteriores, no obtuvo nada más que la licencia para exportar armas compradas en efectivo y con el pago de pesados gravámenes. Al regresar de Londres se retiró de nuevo a su vida privada hasta septiembre de 1811, cuando fue convencido por el general Miranda, entonces comandante en jefe de las fuerzas insurgentes de tierra y mar, de aceptar el rango de teniente coronel del estado mayor y el mando de Puerto Cabello, la fortaleza más poderosa de Venezuela. Habiendo tenido éxito los prisioneros de guerra españoles, a quienes Miranda solía enviar regularmente a Puerto Cabello para ser confinados en la fortaleza, en someter por sorpresa a sus guardias, Bolívar, que contaba con una guarnición numerosa y bien abastecida, aunque los otros estaban desarmados, tomó un barco precipitadamente por la noche, con ocho de sus oficiales, sin informar a sus propias tropas, desembarcó en La Guaira al amanecer y se retiró a su finca en San Mateo. Al darse cuenta de la huida de su comandante, la guarnición se retiró en buen orden de la plaza, la cual fue inmediatamente ocupada por los españoles al mando de Monteverde. Este suceso inclinó la balanza a favor de España y obligó a Miranda, con la autorización del Congreso, a firmar el tratado de Victoria, el 26 de junio de 1812, que restauró en Venezuela el gobierno español. El 30 de junio Miranda llegó a La Guaira, donde pretendió embarcarse en un navío inglés. Durante su visita al comandante de la plaza, el coronel Manuel María Casas, se encontró con una numerosa compañía, entre la cual estaba don Miguel Peña y Simón Bolívar, quien lo persuadió para que se quedara por lo menos durante una noche en la residencia de Casas. A las dos en punto de la mañana, cuando Miranda estaba profundamente dormido, Casas, Peña y Bolívar entraron en su habitación con cuatro soldados armados, tomaron cuidadosamente su espada y su pistola, lo despertaron y le ordenaron abruptamente levantarse y vestirse; lo encadenaron y, finalmente, lo llevaron rendido ante Monteverde, quien lo despachó hacia Cádiz, donde después de algunos años de cautiverio, murió cargado de cadenas. Este acto, cometido bajo el pretexto de que Miranda había traicionado a su país con la capitulación de Victoria, le valió a Bolívar el favor especial de Monteverde, de modo que cuando solicitó su pasaporte, Monteverde declaró: “La petición del coronel Bolívar debe ser concedida, como recompensa por el servicio realizado al rey de España al entregar a Miranda”. Se le permitió entonces navegar hacia Curazao, donde permaneció durante seis semanas y viajó, en compañía de su primo Ribas, a la pequeña República de Cartagena. Previo a su arribo, un gran número de soldados, que habían servido bajo las órdenes del general Miranda, habían huido hacia Cartagena. Ribas les propuso emprender una expedición contra los españoles en Venezuela y aceptar a Bolívar como su comandante en jefe. La primera parte de la propuesta fue aceptada con entusiasmo; la segunda fue objetada, pero al final aceptaron, bajo la condición de que Ribas fuera el segundo al mando. Manuel Rodríguez Torices[3], el presidente de la República de Cartagena, agregó a los 800 hombres reclutados por Bolívar, otros 500 hombres bajo el mando de su primo Manuel Castillo. La expedición arrancó a comienzos de enero de 1813. Desacuerdos sobre el mando supremo llevaron a la ruptura entre Bolívar y Castillo, abandonando este último repentinamente el campo con sus granadinos. Bolívar, por su parte, propuso seguir el ejemplo de Castillo y volver a Cartagena, pero Ribas lo persuadió concienzudamente de seguir avanzando por lo menos tan lejos como Bogotá, que por aquel entonces era la sede del Congreso de la Nueva Granada. Allá fueron bien recibidos, apoyados en todo sentido, nombrados generales por el Congreso y, después de haber dividido su pequeño ejército en dos columnas, marcharon por diferentes rutas hacia Caracas. Su posterior avance, el fuerte aumento de sus recursos y los crueles excesos de los españoles actuaron en todas partes como sargentos reclutando para el ejército de los independentistas. La capacidad de resistencia por parte de los españoles se quebró, en parte por la circunstancia de que ¾ de su ejército estaba compuesto por nativos que escapaban en cada encuentro hacia las filas enemigas, en parte por la cobardía de generales como Tiscar, Cajigal y Fierro, quienes, en cada ocasión desertaron de sus filas. Entonces sucedió que Santiago[4] Mariño, un joven ignorante, forzó a los españoles a retirarse de las provincias de Cumaná y Barcelona, al mismo tiempo que Bolívar iba avanzando a través de las provincias occidentales. La única resistencia seria, por parte de los españoles, fue dirigida en contra de la columna de Ribas, quien, sin embargo, derrotó al general Monteverde en Los Taguanes[5] y lo forzó a encerrarse en Puerto Cabello con el remanente de sus tropas. Al oír que Bolívar se aproximaba, el general Fierro, gobernador de Caracas, envió diputados para ofrecer una capitulación que se acordó en La Victoria[6]; pero Fierro, sufriendo un repentino ataque de pánico y sin esperar el retorno de sus propios emisarios, abandonó el campo por la noche, en secreto, dejando más de 1.500 españoles a discreción del enemigo. Bolívar fue honrado entonces con un triunfo público[7]. Parado en un carro triunfal, tirado por 12 jovencitas vestidas de blanco, adornadas con los colores nacionales, y todas escogidas dentro de las principales familias de Caracas, Bolívar, con la cabeza descubierta, en completo uniforme, y empuñando un pequeño bastón en su mano, fue, durante cerca de media hora, arrastrado desde la entrada de la ciudad hasta su residencia. Habiéndose proclamado a si mismo “Dictador y Libertador de las provincias occidentales de Venezuela” (Mariño había asumido el título de “Dictador de las provincias orientales”), creó la “Orden del Libertador” estableciendo [442] un selecto cuerpo de tropas bajo el nombre de su guardia personal y rodeándose con el espectáculo de una corte. Pero, como la mayoría de sus paisanos, era reacio a cualquier esfuerzo prolongado, y su dictadura pronto se convirtió en una anarquía militar, dejando los asuntos más importantes en manos de favoritos que derrocharon las finanzas del país y luego acudieron a métodos odiosos para restaurarlas. El nuevo entusiasmo del pueblo se convirtió entonces en insatisfacción, y las dispersas fuerzas del enemigo tuvieron la oportunidad de recuperarse. A comienzos de agosto de 1813, Monteverde se encontraba sitado en la fortaleza de Puerto Cabello y el ejército español reducido al control de una pequeña franja de tierra al noroeste de Venezuela, pero tres meses después, en diciembre, el prestigio del Libertador había desaparecido y la misma Caracas se hallaba amenazada por la súbita aparición, en su vecindad, de los victoriosos españoles al mando de Boves. Para fortalecer su tambaleante poder, Bolívar reunió el 1 de enero de 1814 una junta con los más influyentes habitantes de Caracas, declarándose reacio a seguir cargando el peso de la dictadura por más tiempo. Hurtado Mendoza, por otro lado, argumentó, mediante un largo discurso, “la necesidad de dejar el poder supremo en manos del general Bolívar, hasta que el Congreso de la Nueva Granada pudiera reunirse y Venezuela se uniera bajo un solo gobierno”. Esta proposición fue aceptada y la dictadura fue investida, de este modo, de una especie de sanción legal. La guerra contra los españoles fue, durante algún tiempo, adelantada a través de una serie de pequeñas acciones, sin ninguna ventaja decisiva para ninguna de las partes contendientes. En junio de 1814, Boves marchó con sus fuerzas unidas desde Calabozo hacia La Puerta, donde los dos dictadores, Bolívar y Mariño, se habían juntado. Los encontró y ordenó un ataque inmediato. Después de cierta resistencia, Bolívar huyó hacia Caracas, mientras Mariño desaparecía en dirección de Cumaná. Puerto Cabello y Valencia cayeron en manos de Boves, quien envió dos columnas (una de ellas al mando del coronel Gonzales), por diferentes caminos, sobre Caracas. Ribas trató en vano de oponerse al avance de Gonzales. Durante la rendición de Caracas a Gonzales, el 17 de julio de 1814, Bolívar evacuó La Guaira, ordenó a los navíos que permanecían en el puerto de esta ciudad navegar hacia Cumaná y se retiró con el remanente de sus tropas hacia Barcelona. Después de una derrota infligida a los insurgentes por Boves, el 8 de agosto de 1814, en Anguita[8], Bolívar abandonó sus tropas en secreto la misma noche para dirigirse a toda prisa, a campo traviesa, hacia Cumaná, donde, a pesar de las amargas protestas de Ribas, se embarcó inmediatamente en el Bianchi[9], junto con Mariño y otros oficiales. Si Ribas, Páez y otros generales hubieran seguido a los dictadores en su huida, todo se habría perdido. Tratados por el general Arismendi, a su llegada a Juan Griego, en la isla de Margarita, como desertores, y obligados a partir, navegaron hacia Carúpano[10], desde donde, al encontrar una recepción similar por parte del coronel Bermúdez, se dirigieron hacia Cartagena. Allí, para paliar su huida, publicaron un memorial justificativo en altisonante fraseología. Habiéndose unido a un complot para derrocar el gobierno de Cartagena, Bolívar tuvo que dejar esta pequeña república y se dirigió a Tunja, donde tenía su sede el Congreso de la República Federal de la Nueva Granada[11]. Durante ese mismo tiempo, la Provincia de Cundinamarca se puso a la cabeza de las provincias independientes que se negaron a entrar en el acuerdo federal, mientras que Quito, Pasto, Santa Marta y otras provincias permanecían todavía en poder de los españoles. Bolívar, que llegó a Tunja el 22 de noviembre de 1814 fue nombrado por el Congreso comandante en jefe de las fuerzas federalistas y se le confió la doble misión de forzar al presidente de la Provincia de Cundinamarca a reconocer la autoridad del Congreso y marchar en seguida contra Santa Marta, el único puerto marítimo fortificado que los españoles mantenían todavía en la Nueva Granada. El primer punto fue llevado a cabo fácilmente, siendo Bogotá, la capital de la provincia descontenta, una ciudad indefensa. A pesar de su capitulación, Bolívar permitió que fuera saqueada durante 48 horas por sus tropas. En Santa Marta, el general español Montalvo, teniendo una débil guarnición de menos de 200 hombres y una fortaleza en un miserable estado de defensa, ya había incautado un navío francés con el fin de asegurar su propia huida, mientras los habitantes de la ciudad le daban su palabra a Bolívar de que a su llegada le abrirían las puertas y echarían a la guarnición. Pero en lugar de marchar, en contra de los españoles de Santa Marta, como se le había ordenado, dirigió su rencor contra Castillo, el comandante de Cartagena, y por su propia cuenta lanzó sus tropas contra esta ciudad, que era parte integrante de la República Federal. Siendo rechazado, acampó en La Popa[12], una gran colina a tiro de fusil de Cartagena, y estableció solo un pequeño cañón como batería contra una plaza dotada con cerca de 80 piezas. En seguida convirtió el asedio en un bloqueo, que se prolongó hasta comienzos de mayo, sin otro resultado diferente al de reducir su ejército, por deserciones y enfermedades, de 2.400 a cerca de 700 hombres. Mientras tanto, una gran expedición española enviada desde Cádiz había llegado el 25 de marzo de 1815 a la isla de Margarita, al mando del general Morillo, y había logrado llevar poderosos refuerzos a Santa Marta, tomando poco después a la misma Cartagena. No obstante, Bolívar se había embarcado previamente hacia Jamaica, el 10 de mayo de 1815, con cerca de una docena de sus oficiales, en un bergantín inglés armado. Habiendo llegado al lugar de refugio, publicó de nuevo una proclama, representándose a si mismo como la víctima de alguna facción o enemigo secreto y defendiendo su huida ante el avance de los españoles como una renuncia a dirigir la defensa desde afuera en beneficio de la paz pública. Durante sus ocho meses de estadía en Kingston, los generales que dejó en Venezuela y el general Arismendi en la isla de Margarita, mantuvieron firmemente el terreno frente a las armas españolas. Habiendo sido fusilado por los españoles Ribas, [443] el hombre del cual derivaba Bolívar su reputación, después de la toma de Maturín, apareció para tomar su lugar en el escenario otro hombre con grandes habilidades, el cual, siendo un extranjero que no podía jugar un rol independiente en la revolución suramericana, decidió actuar finalmente bajo las órdenes de Bolívar. Fue Luis Brion. Para brindar ayuda a los revolucionarios, había viajado desde Londres hasta Cartagena en una corbeta de 24 cañones, equipada en gran parte a su propia costa, con 14.000 soportes para armas y gran cantidad de pertrechos militares. Llegando demasiado tarde para ser útil en ese lugar, se reembarcó hacia Los Cayos[13] en Haití, donde habían llegado muchos emigrantes patriotas después de la rendición de Cartagena. Bolívar, mientras tanto, había partido también de Kingston hacia Puerto Príncipe, donde, bajo la promesa de la emancipación de los esclavos, Pétion, el presidente de Haití, le ofreció una gran cantidad de suministros para organizar una nueva expedición contra los españoles en Venezuela. En Los Cayos se encontró con Brion y los otros inmigrantes y en una reunión general se propuso como jefe de la nueva expedición, con la condición de reunir el poder militar y civil en su persona hasta que se reuniera un congreso general. Al aceptar la mayoría sus términos, la expedición zarpó el 16 de abril de 1816 con él como su comandante y Brion como su almirante. En Margarita, el último tuvo más éxito que Arismendi, el comandante de la isla, y los españoles quedaron reducidos solamente al lugar de Pampatar. Bajo la promesa formal de Bolívar de convocar un congreso nacional en Venezuela tan pronto como fuera el amo del país, Arismendi convocó una junta en la catedral de la Villa del Norte y lo proclamó públicamente comandante en jefe de las repúblicas de Venezuela y Nueva Granada. El 31 de mayo de 1816, Bolívar tocó tierra en Carúpano pero no se atrevió a impedir que Mariño y Piar se separaran de él y adelantaran una guerra contra Cumaná bajo sus propios auspicios. Debilitado por esta separación, zarpó hacia Ocumare, aconsejado por Brion, a donde llegó el 3 de julio de 1816 con 13 navíos, de los cuales solamente 7 estaban armados. Su ejército, compuesto solamente por 650 hombres, aumentó con el reclutamiento de negros, cuya emancipación había proclamado, hasta cerca de 800. En Ocumare emitió de nuevo una proclama prometiendo “exterminar a los tiranos” y “convocar al pueblo a nombrar sus diputados al congreso”. Durante su avance en dirección de Valencia se encontró, no muy lejos de Ocumare, con el general español Morales que estaba a la cabeza de cerca de 200 soldados y 100 milicianos. Habiendo dispersado a su vanguardia las avanzadas de Morales, perdió, como lo registró un testigo ocular, “toda presencia de ánimo, sin mencionar ni una palabra, dio vuelta rápidamente a su caballo y huyó a toda velocidad hacia Ocumare, pasó por el pueblo a todo galope, llegó a la bahía cercana, saltó de su caballo, se subió a un bote y se embarcó en el Diana, ordenó a todo el escuadrón que lo siguiera hacia la pequeña isla de Bonaire[14] y dejó a todos sus compañeros sin ningún medio de asistencia”. Debido a las reprimendas y admoniciones de Brion, volvió a reunirse con los otros comandantes en la costa de Cumaná, pero al ser ásperamente recibido y amenazado por Piar con un juicio ante una corte marcial por desertor, rápidamente volvió sobre sus pasos a Los Cayos[15]. Después de meses de esfuerzos, Brion logró finalmente persuadir a la mayoría de los jefes militares venezolanos que sentían la falta de una figura central, por lo menos nominal, de volver a llamar a Bolívar como su general en jefe, bajo la expresa condición de que debía reunir un congreso y no inmiscuirse en la administración civil. El 31 de diciembre de 1816 llegó a Barcelona con las armas, municiones de guerra y provisiones suministradas por Pétion. Al unirse con Arismendi, el 2 de enero de 1817, proclamó la cuarta ley marcial y la concentración de todos los poderes en su persona; pero cinco días después, cuando Arismendi cayó en una emboscada tendida por los españoles, el dictador huyó a Barcelona. Las tropas reagrupadas en este último lugar, adonde Brion también le envió armas y refuerzos, le permitieron pronto disponer de un nuevo cuerpo de 1.100 hombres. El 15 de abril, los españoles tomaron posesión de la ciudad de Barcelona, y las tropas patriotas se retiraron hacia la Casa de la Caridad, un edificio aislado de Barcelona y fortificado por orden de Bolívar, pero inadecuado para proteger a una guarnición de 1.100 hombres de un fuerte ataque[16]. Abandonó su puesto en la noche del 5 de abril, informando al coronel Freites, en manos del cual depositó el mando, que iría a buscar más tropas y pronto regresaría[17]. Confiando en su promesa, Freites declinó la oferta de una capitulación y, después del asalto, fue asesinado por los españoles junto con toda la guarnición. Piar, un hombre de color nativo de Curazao, concibió y ejecutó la conquista de las provincias de Guayana. El almirante Brion apoyó esta empresa con sus buques armados. El 20 de julio la totalidad de las provincias fueron evacuadas por los españoles. Piar, Brion, Zea, Mariño, Arismendi y otros, convocaron un congreso provincial en Angostura y pusieron a la cabeza del ejecutivo a un triunvirato, en el cual Brion, que odiaba a Piar y estaba profundamente interesado en Bolívar, en cuyo éxito había comprometido su gran fortuna personal, logró que este último fuera incluido como miembro, sin importar su ausencia. Al enterarse de estas noticias, Bolívar abandonó su retiro y se dirigió a Angostura, donde, envalentonado por Brion, disolvió el congreso y el triunvirato para reemplazarlos por un “Concejo Supremo de la Nación”, con él mismo a la cabeza, Brion y Francisco Antonio Zea[18] como directores, el primero en lo militar y el último en lo político. Sin embargo, Piar, el conquistador de Guayana, que una vez más había tratado de llevarlo ante una corte marcial como desertor, no ahorró sus sarcasmos contra “el Napoleón de las retiradas” y Bolívar, consecuentemente, aceptó un plan para deshacerse de él. Bajo las falsas acusaciones de haber conspirado contra los blancos, contra la vida de Bolívar y aspirado al poder supremo, Piar fue procesado en un consejo de guerra presidido por Brion, encarcelado, [444] condenado a muerte y ejecutado el 16 de octubre de 1817. Su muerte causó un ataque de terror en Mariño. Plenamente convencido de su propia insignificancia sin Piar, en la más abyecta carta, calumnió públicamente a su amigo asesinado, minimizando sus propios ataques y su rivalidad con el Libertador, y se arrojó al fondo de la infinita magnanimidad de Bolívar. La conquista de la Guayana por Piar había cambiado completamente la situación a favor de los patriotas; esta única provincia les aportó más recursos que las otras siete provincias de Venezuela juntas. Una nueva campaña, anunciada por Bolívar a través de una nueva proclama, era, por lo tanto, esperada por todos, porque llevaría a la expulsión final de los españoles. Su primer boletín, donde describía algunas pequeñas partidas de españoles en busca de comida como “ejércitos que huían ante nuestras tropas victoriosas” no fue concebido para desalentar estas esperanzas. Contra unos 4.000 españoles, cuya unión no había sido todavía realizada por Morillo, disponía de más de 9.000 hombres bien armados, equipados y ampliamente abastecidos con todo lo necesario para la guerra. A pesar de esto, hacia finales de mayo de 1818, había perdido cerca de una docena de batallas y todas las provincias ubicadas al norte del Orinoco. Dispersando, tal como lo hizo, a sus fuerzas que eran superiores, fueron siempre vencidas en pequeños grupos. Dejando la conducción de la guerra en manos de Páez y sus otros subordinados, se retiró a Angostura. Las deserciones fueron seguidas por más deserciones, y todo parecía hundirse en la más profunda ruina. En este, que era el más crítico momento, una nueva combinación de accidentes afortunados cambió la faz de los acontecimientos. En Angostura se reunió con Santander, un nativo de la Nueva Granada, que rogaba para que le dieran los medios para invadir dicho territorio, donde la población estaba preparada para un levantamiento general contra los españoles. La petición fue cumplida, hasta cierto punto, mientras poderosos auxilios en hombres, navíos y municiones de guerra, llegaban a raudales desde Inglaterra y oficiales ingleses, franceses, alemanes y polacos llegaban en tropel a Angostura. Finalmente, el doctor Germán Roscio, consternado ante la menguante fortuna de la revolución suramericana, dio un paso adelante, se introdujo en la mente de Bolívar y lo indujo a convocar, el 15 de febrero de 1819, un Congreso Nacional, cuyo simple nombre probó ser lo suficientemente poderoso como para crear un nuevo ejército de cerca de 14.000 hombres, haciendo que Bolívar se considerara listo para reanudar la ofensiva. Los oficiales extranjeros le sugirieron el plan de mostrar intenciones de atacar Caracas y liberar Venezuela del yugo español, induciendo de esta manera a Morillo a debilitar la Nueva Granada concentrando sus fuerzas en Venezuela, mientras él (Bolívar) daba la vuelta sorpresivamente hacia el este, se unía con las guerrillas de Santander y marchaba sobre Bogotá. Para ejecutar este plan, dejó Angostura el 14 de febrero de 1819 después de haber nombrado a Zea como presidente del Congreso y vicepresidente de la república durante su ausencia. A través de las maniobras de Páez, Morillo y La Torre fueron dirigidos hacia Achaguas y hubieran sido destruidos si Bolívar hubiera realizado la unión de sus propias tropas con las de Páez y Mariño. En todo caso, las victorias de Páez resultaron en la ocupación de la Provincia de Barinas[19], lo cual allanó a Bolívar el camino de la Nueva Granada. Con todo habiendo sido preparado allí por Santander, las tropas extranjeras, compuestas principalmente por ingleses, decidieron el destino de la Nueva Granada, por medio de las sucesivas victorias obtenidas el 1 y el 23 de julio, así como el 7 de agosto en la Provincia de Tunja. El 12 de agosto Bolívar hizo una entrada triunfal en Bogotá, mientras los españoles, habiéndose levantado contra ellos todas las provincias granadinas, se refugiaron en la ciudad fortificada de Mompox. Habiendo reglamentado el Congreso granadino en Bogotá e instalado al general Santander como comandante en jefe, Bolívar marchó hacia Pamplona, donde gastó cerca de dos meses en fiestas y bailes. El 8 de noviembre llegó a Mantecal[20], en Venezuela, adonde había dirigido a los jefes patriotas de ese territorio para reunirse con sus tropas. Con un tesoro cercano a los $ 2.000.000 recaudados entre los habitantes de la Nueva Granada a través de contribuciones forzosas, y con una fuerza disponible de unos 9.000 hombres, la tercera parte de ellos consistente en bien disciplinados ingleses, irlandeses, hanoverianos y otros extranjeros, se tuvo que enfrentar con un enemigo despojado de todo recurso y reducido a una fuerza nominal de 4.500 hombres, 2/3 de los cuales eran nativos y, por lo tanto, nada confiables para los españoles. Al retirarse de San Fernando de Apure hacia San Carlos, Morillo fue seguido por Bolívar hasta Calabozo y así los cuarteles generales hostiles quedaron tan solo a dos días de marcha, el uno del otro. Si Bolívar hubiera avanzado audazmente, los españoles hubieran sido aplastados solo con sus tropas europeas, pero prefirió prolongar la guerra durante cinco años más. En octubre de 1819, el Congreso de Angostura había forzado a Zea, su nominado, a renunciar a su cargo, eligiendo a Arismendi en su lugar. Al recibir estas noticias, Bolívar hizo marchar sorpresivamente a su legión extranjera hacia Angostura, sorprendiendo a Arismendi que solo tenía 600 nativos, lo mandó al exilio a la isla Margarita y restauró a Zea en sus dignidades. El Dr. Roscio, cautivándolo con los prospectos del poder centralizado, lo indujo a proclamar la “República de Colombia”, que comprendía la Nueva Granada y Venezuela, a publicar una ley fundamental para el nuevo Estado diseñada por Roscio y a aprobar el establecimiento de un Congreso común para ambas provincias. El 20 de enero de 1820 regresó de nuevo a San Fernando de Apure. La súbita retirada de su legión extranjera, que era más temida por los españoles que un número diez veces superior de colombianos, le había dado a Morillo una nueva oportunidad para conseguir refuerzos, mientras llegaban noticias alentadoras sobre una formidable expedición que saldría de España al mando de O’Donell, levantando los hundidos espíritus del bando español. A pesar de sus fuerzas vastamente superiores, Bolívar no logró nada durante la campaña de 1820. Mientras tanto, llegaban noticias desde Europa anunciando que la revuelta en la Isla de León había dado un forzoso final [445] a la expedición dirigida por O’Donell. En la Nueva Granada, 15 provincias de las 22 se habían unido al gobierno de Colombia y los españoles solamente mantenían la fortaleza de Cartagena y el istmo de Panamá. En Venezuela, 6 provincias de 8 obedecían las leyes de Colombia. Esta era la situación cuando Bolívar se dejó engatusar por Morillo para entrar en negociaciones, resultando de esto, el 25 de noviembre de 1820, el establecimiento en Trujillo de una tregua de seis meses. En la tregua no se hacía ninguna mención de la República de Colombia, a pesar de que el Congreso había prohibido expresamente la realización de cualquier tratado con el comandante español sin el reconocimiento previo de la independencia de la república. El 17 de diciembre, Morillo, ansioso por tomar su lugar en los acontecimientos de España, se embarcó en Puerto Cabello, dejando como comandante en jefe a Miguel de la Torre, y el 10 de marzo de 1821 Bolívar notificó a La Torre, por carta, que las hostilidades iban a reiniciarse al expirar la tregua dentro de 30 días. Los españoles habían establecido una fuerte posición en Carabobo, una población situada más o menos a mitad de camino entre San Carlos y Valencia; pero La Torre, en lugar de reunir allí todas sus fuerzas, había concentrado solamente su 1ª división, con 2.500 soldados de infantería y 1.500 de caballería, mientras que Bolívar tenía cerca de 6.000 tropas de infantería, dentro de ellas la legión británica compuesta de 1.100 hombres, y 3.000 llaneros a caballo bajo las órdenes de Páez. La posición del enemigo le parecía a Bolívar tan formidable, que le propuso a su consejo de guerra celebrar un nuevo armisticio, lo cual, sin embargo, fue rechazado por sus subalternos. A la cabeza de una columna consistente principalmente en la legión británica, Páez rodeó a través de un camino peatonal el ala izquierda del enemigo. Después de la ejecución exitosa de dicha maniobra, La Torre fue el primero de los españoles en escapar, sin tomar descanso hasta llegar a Puerto Cabello, donde se atrincheró con el remanente de sus tropas. El mismo Puerto Cabello hubiera podido ser rendido fácilmente con un rápido avance de las tropas, pero Bolívar perdió su tiempo exhibiéndose en Valencia y Caracas. El 21 de septiembre de 1821 la poderosa fortaleza de Cartagena se rindió a Santander. Las últimas acciones armadas en Venezuela, la acción naval en Maracaibo en agosto de 1823 y la rendición forzada de Puerto Cabello en 1824 fueron obra de Padilla. La rebelión de la Isla de León, que impidió el inicio de la expedición de O’Donell y la ayuda de la legión británica, habían evidentemente inclinado la balanza a favor de los colombianos. El Congreso colombiano abrió sus sesiones en Cúcuta en enero de 1821, publicando el 30 de agosto una nueva constitución y, después de que otra vez Bolívar pretendiera renunciar, renovó sus poderes. Habiendo firmado la nueva constitución, obtuvo licencia para emprender la campaña de Quito (1822), provincia hacia la cual los españoles se habían retirado después de su expulsión del istmo de Panamá por un levantamiento general de sus habitantes. Esta campaña, que terminó con la incorporación de Quito, Pasto y Guayaquil a Colombia, fue nominalmente conducida por Bolívar y el general Sucre, pero los pocos éxitos de las tropas se debieron exclusivamente a oficiales británicos, como el coronel Sands. Durante la campaña de 1823-1824 en el Alto y Bajo Perú, consideró que ya no era necesario seguir manteniendo la apariencia del generalato y, dejando todas las tareas militares en manos del general Sucre, se limitó a las entradas triunfales, los manifiestos y la proclamación de las constituciones. Usando su guardia personal colombiana, logró influir en los votos del Congreso de Lima, que en febrero de 1823 le entregó la dictadura, mientras se aseguraba la reelección como presidente de Colombia mediante una nueva amenaza de renuncia. Mientras tanto, su posición se vio reforzada, tanto por el reconocimiento del nuevo Estado por parte de Inglaterra, como por la conquista por parte de Sucre de las provincias del Alto Perú, que este último unió como una república independiente bajo el nombre de Bolivia. Aquí, donde las bayonetas de Sucre fueron fundamentales, Bolívar dio rienda suelta a su propensión por el poder arbitrario implantando el “Código Bolivariano”, una imitación del Code Napoléon. Sus planes eran trasplantar este código de Bolivia a Perú y de Perú a Colombia, para mantener los primeros Estados controlados por las tropas colombianas y el último por la legión extranjera y los soldados peruanos. Mediante la fuerza, mezclada con la intriga, logró efectivamente, por lo menos por algunas semanas, mantener su código en el Perú. El Presidente y Libertador de Colombia, el Protector y Dictador del Perú y el Padrino de Bolivia, había alcanzado ahora el clímax de su renombre. Pero un serio antagonismo había surgido en Colombia entre los centralistas o bolivarianos y los federalistas, nombre bajo el cual los enemigos de la anarquía de las armas se habían unido a sus rivales militares. Habiendo el Congreso de Colombia, bajo su instigación, promovido un acta de acusación contra Páez, el vicepresidente de Venezuela, este último se declaró en abierta rebeldía, secretamente apoyada y promovida por el mismo Bolívar, quien deseaba algunas insurrecciones que le dieran un pretexto para derrocar la constitución y reasumir la dictadura. Además de su guardia personal, llevó, al regresar del Perú, 1.800 peruanos ostensiblemente contrarios a los rebeldes federalistas. Sin embargo, en Puerto Cabello, donde se reunión con Páez, no solo lo confirmó como comandante de Venezuela y emitió una proclama de amnistía para todos los rebeldes, sino que se puso abiertamente de su parte y reprendió a los amigos de la constitución. El 26 de noviembre de 1826 en Bogotá, por decreto, asumió poderes dictatoriales. En el año de 1827, a partir del cual data el declive de su poder, planeó reunir un congreso en Panamá, con el evidente objetivo de establecer un código democrático internacional. Asistieron plenipotenciarios de Colombia, Brasil, La Plata, Bolivia, México, Guatemala, etc. Lo que realmente pretendía era la organización de toda Suramérica en una sola república federal, con él mismo como su dictador. Pero mientras daba rienda suelta a sus sueños de unir medio mundo bajo su nombre, el poder real se alejaba rápidamente de su alcance [446]. Las tropas colombianas en Perú, informadas de que estaba haciendo arreglos para introducir el código boliviano, promovieron una violenta insurrección. Los peruanos eligieron al general La Mar como presidente de su república, ayudaron a los bolivianos a expulsar las tropas colombianas e incluso libraron una guerra victoriosa contra Colombia, la cual terminó en un tratado que redujo a la última a sus primitivos límites, estableciendo la igualdad de los dos Estados y separando sus deudas. El Congreso de Ocaña, convocado por Bolívar con el objeto de modificar la constitución a favor de su poder arbitrario, se inauguró el 2 de marzo de 1828 con una elaborada intervención que insistía en la necesidad de nuevos privilegios para el ejecutivo. Sin embargo, cuando se hizo evidente que el proyecto de enmienda de la constitución saldría de la convención bastante diferente de su forma original, sus amigos abandonaron sus asientos, logrando con este procedimiento que se disolviera el quorum y se extinguiera la convención. Desde una gran hacienda, distante algunas millas de Ocaña, a la cual se había retirado, publicó otro manifiesto pretendiendo estar indignado por los pasos dados por sus propios amigos, pero en el que atacaba al mismo tiempo a la convención, llamando a las provincias a tomar medidas extraordinarias, y declarando que estaba listo a asumir cualquier cantidad de poder que se pudiera concentrar en él. Bajo la presión de sus bayonetas, asambleas populares en Caracas, Cartagena y Bogotá, donde se había instalado, lo invistieron nuevamente con poderes dictatoriales. Un intento de asesinarlo en su dormitorio en Bogotá, del cual solo escapó saltando en la oscuridad desde el balcón de una ventana y permaneciendo escondido bajo un puente, le permitió durante algún tiempo implantar una especie de terrorismo militar. No pudo, sin embargo, poner sus manos sobre Santander, a pesar de haber participado en la conspiración, mientras que ordenó la muerte del general Padilla, cuya culpabilidad no había sido probada de ninguna manera, pero que, siendo un hombre de color, no pudo oponer resistencia. Cuando violentas facciones perturbaron la república en 1829, en un nuevo llamado a los ciudadanos, Bolívar los invitó a expresar francamente sus deseos, así como las modificaciones que pretendían introducir en la constitución. Una asamblea de notables en Caracas respondió denunciando su ambición, poniendo al desnudo la debilidad de su administración, declarando la separación de Venezuela de Colombia y poniendo a Páez a la cabeza de esta república. El senado de Colombia apoyó a Bolívar, pero otras insurrecciones se desataron en diferentes puntos. Habiendo renunciado por quinta vez, en enero de 1830 aceptó de nuevo la presidencia y dejó Bogotá para adelantar la guerra contra Páez a nombre del Congreso de Colombia. Hacia finales de marzo de 1830 avanzó a la cabeza de 8.000 hombres, tomó Caracuta, que se había rebelado y se dirigió hacia la provincia de Maracaibo, donde Páez lo esperaba con 12.000 hombres en una fuerte posición. Tan pronto como cayó en cuenta de que Páez quería pelear en serio, su coraje colapsó. Incluso pensó por un momento en someterse a Páez y declararse en contra del Congreso, pero la influencia de sus partidarios se desvaneció y fue forzado a presentar su renuncia, notificándole que debía retirarse del servicio y que se le daría una pensión anual, con la condición de que se fuera a algún país extranjero. Por consiguiente, envió su renuncia al Congreso el 27 de abril de 1830. Pero, con la esperanza de retomar el poder con la influencia de sus partidarios y la reacción que se estaba gestando contra Joaquín Mosquera, el nuevo presidente de Colombia, organizó su partida de Bogotá de forma muy lenta y planeó, bajo una infinidad de pretextos, prolongar su estadía en San Pedro hasta finales de 1830, donde murió repentinamente. El siguiente es el retrato que hizo de él Ducoudray-Holstein[21]: “Simón Bolívar tiene 5 pies y 4 pulgadas de estatura[22], su cara es larga, sus mejillas huecas, su complexión marrón oscura, sus ojos de mediano tamaño y profundamente hundidos en su cabeza, que está cubierta ligeramente con cabello. Sus mostachos le dan un aspecto oscuro y salvaje, particularmente cuando se apasiona. Todo su cuerpo es flaco y ligero. Tiene la apariencia de un hombre de 65 años. Al caminar, sus brazos están en continuo movimiento. No puede caminar durante mucho tiempo porque pronto se fatiga. Le gusta su hamaca, donde se sienta o se recuesta. Sufre de repentinas ráfagas de resentimiento, se convierte inmediatamente en un desquiciado, se tira en su hamaca y lanza maldiciones e imprecaciones a todo su alrededor. Se regodea en sarcasmos sobre las personas ausentes. Solamente lee literatura francesa ligera. Es un audaz jinete y un apasionado aficionado al vals. Le gusta escucharse hablar y ofrecer brindis. En la adversidad, y despojado de cualquier tipo de ayuda, se libera de cualquier pasión y violencia de temperamento. Se vuelve entonces afable, paciente, dócil e incluso sumiso. En gran medida, oculta sus defectos bajo los buenos modales de un hombre educado en el llamado beau monde. Posee un talento casi asiático para el disimulo y comprende a la humanidad mejor que la masa de sus compatriotas”. Por decreto del congreso de la Nueva Granada, sus restos fueron trasladados a Caracas en 1842, donde se erigió un monumento en su honor. Ver: Histoire de Bolivar, par Gén. Ducoudray-Holstein, continuée jusqu’à sa mort, par Alphonse Viollet (París, 1831), “Memoirs of Gen. John Miller (in the service of the Republic of Peru)”, “Account of his Journey to the Orinoco”, del coronel Hippisley (Londres, 1819).

Nota del editor:

En la página web de la organización Marxists Internet Archive, donde se publicó una versión en inglés y en español de este mismo texto, se menciona el fragmento de una carta enviada por Marx a Federico Engels, fechada en Londres el 14 de febrero de 1858, donde se aprecia claramente el contexto en que fue escrito este trabajo y la opinión que tenía el autor sobre el caudillo neogranadino Simón Bolívar, en un momento de su vida en que trabajaba febrilmente en su obra más importante, El Capital. Dice Marx:

“Además, un largo artículo sobre Bolívar provocó objeciones de Dana[23] porque dijo que estaba escrito en un ‘estilo partidista’, y me pidió citar mis fuentes. Esto, por supuesto, puedo hacerlo, sin embargo, es una petición curiosa. Con respecto al ‘estilo partidista’, es cierto que me aparté de algún modo del tono de una enciclopedia. Describir al más vil, miserable y malvado de los villanos como si fuera Napoleón I era ir demasiado lejos. Bolívar era realmente un Soulouque[24].

El autor se refería a Faustino Soulouque, esclavo de Haití que participó en la insurrección contra el dominio francés y en las guerras civiles de su país, llegando a ser coronado como “emperador” en 1849, bajo el nombre de Faustino I, inaugurando el “segundo imperio haitiano”. Su gobierno duró solamente diez años, hasta que fue derrocado. La comparación que hace Marx con Napoleón I, en tono de burla, había sido utilizada unos años antes, en su famoso artículo “El 18 brumario de Luis Napoleón” (1852), donde usó el mismo recurso literario de considerar al personaje analizado como una ridícula caricatura que intentaba imitar al original. La conocida frase tomada de Hegel de que los hechos en la historia suelen suceder dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa, que aparece en las primeras líneas del artículo sobre Napoleón III, se podría considerar como el marco general de interpretación de la figura de Bolívar que Marx elaboró en su breve biografía.


[1] En cursiva y en español en el original.

[2] Esta numeración corresponde a la paginación original del artículo en The New American Cyclopaedia.

[3] En el original dice “Torrices”.

[4] En el original dice “San Iago”.

[5] En el original dice “Lostaguanes”. La Batalla de Taguanes se llevó a cabo el 31 de julio de 1813.

[6] En el original dice “Vittoria”.

[7] El triunfo era un gran desfile que se organizaba en la antigua Roma para honrar a los comandantes victoriosos que habían llevado a la victoria a las fuerzas militares, rindiendo importantes servicios al Estado.

[8] Posiblemente hay una confusión y el autor se refiere realmente a la Batalla de Aragua, que se desarrolló el 17 de agosto de 1814, con los protagonistas y el resultado señalados en el texto.

[9] El autor confunde aquí el nombre del navío con el nombre de su dueño, que era el corsario italiano Giovanni Bianchi, que fue contratado por Bolívar para que lo llevara en su nave hacia las Antillas.

[10] En el original dice “Curupano”.

[11] El nombre oficial de esta república, que existió entre 1811 y 1816, era Confederación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada.

[12] En el original dice “La Papa”.

[13] En el original dice “Cayes”.

[14] En el original dice “Buen Ayre”.

[15] En el original dice “Cayes”.

[16] El autor se refiere a un lugar llamado actualmente Casa Fuerte. Era el Convento de San Francisco, que fue tomado y convertido en fortaleza por los insurgentes, debido a la solidez de sus muros.

[17] En todo este párrafo hay una confusión en las fechas y el orden de los acontecimientos. Bolívar abandonó Barcelona el 25 de marzo de 1817 y la ciudad fue atacada por los españoles el 5 de abril. La Casa Fuerte, donde se refugiaron los rebeldes fue tomada el 7 de abril.

[18] En el original dice “Antonio Francisco Zea”.

[19] En el original dice “Barima”.

[20] En el original dice “Montecal”.

[21] Se refiere a Henri Louis Villaume Ducoudray-Holstein (1772-1839), general francés de los ejércitos revolucionarios de Napoleón que participó igualmente en las guerras de independencia de Colombia y Venezuela. Fue muy cercano a Simón Bolívar y escribió una biografía que fue una de las fuentes principales usadas por Marx, como más adelante lo señala.

[22] 1,63 metros.

[23] Charles Dana era uno de los coeditores de The New American Cyclopaedia.

[24] https://www.marxists.org/archive/marx/works/1858/01/bolivar.htm.

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Curuba, uchuva y la estrella LTT 9779 de la constelación del Escultor

Por Diego Gómez, antropólogo y lingüista

Muy pocas personas saben que las palabras curuba y uchuva, – con las que se designan dos conocidas y exquisitas frutas de los Andes orientales de Colombia -, tienen en común el sufijo “-uba”, un morfema heredado directamente de las antiguas lenguas chibchas de la Cordillera Oriental.

Ciertamente no se podría señalar al muysca de Bogotá, – la lengua que se habló en la cuenca del río homónimo y que se registró en varios vocabularios y gramáticas en el siglo XVII -, como la donante del nombre de estas frutas en el español de la región, pues había en esta Cordillera Oriental un complejo dialectal en el que múltiples variedades de las lenguas chibchas se extendían desde la Sierra Nevada del Cocuy en el norte, hasta el páramo del Sumapaz en el sur, por lo que sería difícil atribuir a alguna de ellas el honor de su legado, aunque la poca evidencia que tenemos nos muestra que todas ellas usaban “-uba” para el nombre de sus frutas.

Los misioneros coloniales recogieron “uba” y la tradujeron al español como “fruto/a”, “semilla”, “pepa” y hasta como “flor”, y esto sería evidencia suficiente para cambiar la ortografía de “uchuva” por “uchuba”, con “b”, si no fuera porque ni siquiera sabemos si la variante más cercana al original fue “guchuba”, con “g”, y porque no sabemos a ciencia cierta qué significado tenía “guchu-” o “uchu-”

Sin embargo, lo verdaderamente asombroso es que aún hoy, en pleno siglo XXI, todavía se habla en Boyacá una lengua indígena chibcha tan emparentada con el muysca bogotano, que sigue usando “uba” o “uúba” para designar las frutas de su región. Los hablantes de esta lengua llaman a su idioma “uw cuwa” o “uw ajca” y aunque aún hay discrepancias en sus propuestas ortográficas, también debe ser dicho que hay por lo menos tres variedades que perfectamente podrían ser categorizadas como lenguas distintas, pues la inteligibilidad entre ellas no es tan inmediata como algunos desprevenidos suponen. Es decir, los hablantes de la variante santandereana no entienden completamente a los uwas de Boyacá y aún tienen mayor dificultad para comprender las palabras del uwa hablado en el río Casanare.

La antropóloga británica Ann Osborn designó como “u’wa” a la comunidad de Boyacá, usando ese extraño e innecesario apóstrofe que tanto ha molestado a los lingüistas por inútil y extravagante, aunque no por ello sea menos popular, pues hasta los mismos uwas insisten en poner ese diacrítico mudo en todos sus escritos y documentos oficiales. Si bien la variedad de uwa más estudiada es la que se habla en el municipio de Cubará, Boyacá, también se hablan variedades de uwa en las montañas de Casanare, Arauca, Santander y Norte de Santander.

Para algunos estudiosos, la Sierra Nevada de Cocuy-Güicán sirvió como un gigante muro defensor a este grupo de indígenas que de alguna forma resistieron la conquista europea en el siglo XVI, la evangelización católica en los siglos XVII y XVIII, los proyectos republicanos en el siglo XIX, la colonización e invasión de sus tierras en el siglo XX, y el embate acelerado de la globalización en el siglo XXI. No sin que cada uno de estos sucesos les hayan afectado en menor o mayor medida.

Pues bien, esta semana la Unión Astronómica Internacional (IAU por sus siglas en inglés), ha determinado denominar “Uúba” a la estrella LTT 9779 ubicada en la constelación del Escultor, recogiendo la propuesta que hace honor a la lengua de los resistentes uwas de la Cordillera Oriental, donde “uba” o “uúba” (mejor dicho), además de significar “semilla”, “pepa” y “fruta”, también es el nombre genérico de las estrellas, quizá porque desde la tierra se ven como diminutas pepitas brillantes. Uúba, cómo se llamará en adelante a esta estrella en todo el mundo, ha sido escogida entre centenares de propuestas enviadas por distintos grupos y organizaciones a nivel global, y no deja de ser emocionante y significativo que un morfema usado por millones de colombianos, bien sea en la “curuba” y la “uchuva”, o bien en las selváticas montañas de la Cordillera Oriental designando semillas, pepas, frutas y estrellas, en adelante estará en boca de grandes científicos, astronautas y astrónomos de ésta y las próximas generaciones.

*

Por si fuera poco, la IAU ha aceptado que se llame “Cuancoá” (aurora de la mañana en uwa de Cobaría) al exoplaneta LTT 9779b que orbita a Uúba y que fue descubierto en 2020 por un grupo de científicos liderados por el astrónomo James Jenkins, de la Universidad de Chile. Este exoplaneta es extremadamente extraño entre todos los exoplanetas encontrados hasta ahora, debido a que se ubica en el denominado “Desierto neptuniano”, una tendencia observada en exoplanetas similares a Neptuno, pero que extrañamente orbitan muy cerca de su estrella. En otras palabras, planetas como Neptuno son comunes en el universo, pero lo realmente especial del gigante Cuancoá es que orbita alrededor de su estrella en periodos menores a un día terrícola. Su enorme tamaño, su proximidad a Uúba y la conservación de su atmósfera lo hacen tan peculiar como un oasis en el desierto. De hecho, entender la naturaleza de la atmósfera de Cuancoá podrá dar respuestas a los científicos sobre por qué un gigante neptuniano se ubica en esa órbita y no apartado de su sol como ocurre con todos los demás “Neptunos” del universo.

El nombre de Cuancoá también es algo particular. Para los astrónomos uwa existe una “estrella de la mañana” y “una estrella de la tarde” (o más bien de las horas posteriores al atardecer). La primera se llama “Cuancoá” o “Cuanacoá”, y la segunda se llama “Tinacoá”. Sin embargo, las dos estrellas no son más que el planeta Venus que brilla con mayor intensidad en el atardecer y al amanecer, y se ve en el firmamento a simple vista como la “estrella” más brillante. Sin embargo, en la historia de la humanidad muchas culturas observaron a Venus como dos cuerpos distintos. Los antiguos griegos, por ejemplo, llamaban Phosphoros a la estrella de la mañana y Heosphoros a la de la tarde, y aún hoy se sigue manteniendo esa distinción en muchos idiomas, como el inglés, donde se les llama “Morning star” y “Evening star”, o en alemán, que son “Morgenstern” y “Abendstern”. En el uwa de Boyacá o uwa central, “cuani-” es la raíz del verbo amanecer, alumbrar o aclarar y de allí viene el nombre de Cuancoá, que literalmente significa “estrella del amanecer”. Mientras que la raíz del verbo para atardecer o apagarse es “tina-”, de donde viene “Tinacoá”. En el muysca bogotano hay un cognado que casi emula la misma raíz uwa, sólo que se encuentra palatalizado por la i, ese cognado es “zina” */tʲina/, que según los misioneros lingüistas del siglo XVII tradujeron en la sabana bogotana como “prima noche” o “poco antes de la noche”.

Por tanto, Cuancoá, el nombre que acaba de recibir el exoplaneta LTT 9779 b, se corresponde con la observación del planeta Venus en las horas de la mañana, en la cultura uwa.


**

Como dato curioso, otra lengua chibcha también ha ganado el concurso, se trata del Bribri de Costa Rica, hablada por unas 6.000 personas en la región de Talamanca. Lo increíble es que para el nombre del exoplaneta han elegido /kʷaʔkʷa/ que significa mariposa y es un morfema que ha permanecido casi intacto en el uwa de Boyacá, donde mariposa se dice “cuacuásira” /kʷaˈkʷa-siɾa/. En definitiva, las lenguas chibchas obtuvieron cuatro de los cuarenta nombres. ¡Un extraordinario 10% del total! Por lo que podemos decir que las lenguas chibchas tuvieron una participación arrasadora.


Finalmente, hay que reconocer en Juan David, un niño de un colegio público del centro de Bogotá, que con su curiosidad, un día descubrió en un libro que los dioses romanos llevaban los mismos nombres de los planetas del sistema solar, y desde entonces quedó maravillado con la astronomía, por lo que su padre, animado por el interés inagotable de su hijo, nos animó y movilizó a todos nosotros para participar en el concurso que hoy ha dado por ganador a un par de nombres que son un pequeño fragmento de nuestra historia nacional.

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Los grupos muyscas en el momento de la Conquista española y su incorporación a la monarquía castellana, siglos XVI y XVII

Bojaca

Comparto con ustedes este artículo que es una versión ampliada de la conferencia dictada en el marco de la Cátedra de Pensamiento Colombiano 2013-II. Lengua y cultura muysca, organizada por la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia en septiembre de 2013. Se trata de un breve análisis de los grupos indígenas que habitaban el altiplano central de la actual República de Colombia en el momento de la llegada de los conquistadores españoles, con énfasis en sus formas de organización política. Se considera la forma en que los grupos de la región, al mando de sus jefes tradicionales llamados “psihipquas” y “tybas” desarrollaron diversas estrategias para lograr ubicarse de un modo favorable en el nuevo orden instaurado a partir de la llegada de los europeos en 1537. Al final, se analiza la forma en que las entidades políticas del área muysca fueron incorporadas a la monarquía castellana, entrando a formar parte de la gran monarquía compuesta que se formó durante el periodo de los Habsburgo a finales del siglo XVI.

Leer el artículo completo en pdf aquí: Gamboa-Cátedra muisca.

Referencia completa: Jorge Augusto.Gamboa Mendoza, “Los grupos muyscas en el momento de la conquista española y su incorporación a la monarquía castellana, siglos XVI y XVII”. 21-54. En: María Emilia Montes y Constanza Moya, comps. Muysca: memoria y presencia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2016. 554 pp. ISBN 978-958-775-816-0.

 

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Una herencia ancestral (Los grupos indígenas de Boyacá antes y después de la Conquista)

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Por Jorge Augusto Gamboa

Las culturas prehispánicas que habitaron el actual departamento de Boyacá no tenían unidad política, cultural ni religiosa. Por eso, algunos expertos creen que estos pueblos no deberían seguir usando el nombre de muyscas, puesto por los españoles.

Cuando los primeros europeos llegaron a las tierras que luego serían la provincia de Tunja y más tarde el departamento de Boyacá, sus habitantes indígenas llevaban, por lo menos, 15.000 años allí. Los primeros pobladores del altiplano cundiboyacense eran cazadores–recolectores especializados en grandes animales, como el mamut, el mastodonte, pero también venados y caballos americanos hoy extintos […]

Haga click aquí para bajar el artículo completo en pdf y seguir leyendo: Gamboa-Boyacá 2019«].

Referencia completa:

Gamboa M,, Jorge A. “Una herencia ancestral”. En: Publicaciones Semana. Colombia. La historia contada desde las regiones. 20 fascículos. “Boyacá”. Fascículo 16: 484-486. Bogotá: Publicaciones Semana, 2018-2019. ISSN: 0121-4837 (Revista Semana). https://www.flipsnack.com/semanaflips/historia_16_boyaca/full-view.html

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Artistas, mecenas y feligreses en Yanhuitlán, Mixteca Alta, siglos XVI-XXI, por Alessia Frassani (Reseña)

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Comparto con ustedes esta reseña sobre el libro escrito hace unos años por Alessia Frassani (2017) acerca del arte en el proceso de evangelización de los pueblos indígenas de las Américas, tomando el caso de Yanhuitlán, en la Mixteca Alta mexicana. Su objetivo principal es tomar el caso de esta comunidad indígena para trazar una historia de las transformaciones en las formas de autoridad tradicional y el proceso general de evangelización. En esta medida, es un trabajo que va mucho más allá de la historia del arte tradicional e incursiona con mucha solvencia en terrenos reservados a historiadores sociales, antropólogos y arqueólogos.

Referencia completa: Gamboa Mendoza, Jorge A. «El arte en el proceso de evangelización de los pueblos de indios de las Américas» Reseña de: Alessia Frassani, Artistas, mecenas y feligreses en Yanhuitlán, Mixteca Alta, siglos XVI-XXI. México/Bogotá: Universidad Nacional Autónoma de México/Universidad de los Andes, 2017. En: Estudios de Historia Novohispana 60 (enero-junio 2019): 189-195. DOI: 10.22201/iih.24486922e.2019.60.63214

Lea el texto completo aquí: ««Artistas, mecenas y feligreses»«.

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Cúcuta, ciudad comercial y fronteriza

Cúcuta

[Este pequeño artículo fue publicado hace algunos años en la revista Credencial Historia (Bogotá), núm. 234 (junio 2009), pp. 9-15. El texto en línea se puede también consultar aquí:

http://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-234/cucuta-ciudad-comercial-y-fronteriza]

Jorge Augusto Gamboa M.

Investigador, Instituto Colombiano de Antropología e Historia

La mejor manera de comprender la historia de la capital del Norte de Santander es considerando su situación fronteriza y su vocación comercial. Cúcuta ha sido una frontera en múltiples sentidos: geográficos, políticos y culturales. Se sitúa donde termina la zona montañosa y empieza el valle cálido del río Zulia, que luego forma la gran cuenca del Lago de Maracaibo. Gentes de climas fríos y culturas andinas se han encontrado desde hace miles de años en este lugar con gentes de tierras calientes y selváticas. El desarrollo de la colonización española en el siglo XVI convirtió la región en el límite político-administrativo de lo que más tarde serían las repúblicas de Colombia y Venezuela y a la ciudad en un puerto seco de entrada y salida de mercancías que fue determinante en el desarrollo de su historia. Cúcuta ha sido prácticamente desde sus inicios un lugar para el comercio y un cruce de caminos.

Los habitantes prehispánicos y la conquista española

Sabemos que el valle de Cúcuta fue habitado desde hace por lo menos unos 16.000 años por grupos de cazadores y recolectores que vivían de cazar grandes animales hoy extintos como el mamut o el mastodonte. Eran sociedades pequeñas, unidas por lazos de parentesco, que manejaban grandes territorios por los cuales se desplazaban cíclicamente, al ritmo de las migraciones de los animales y de las cosechas de las plantas que recolectaban. Después de algunos miles de años, adoptaron un modo de vida más sedentario y se dedicaron a la agricultura intensiva. Formaron pequeñas aldeas que con el paso del tiempo fueron creciendo y su organización social se transformó en sociedades tribales y cacicazgos, donde aparecen jefes, consejos de ancianos y otras formas de jerarquización. Fue precisamente este tipo de sociedades lo que los españoles encontraron cuando llegaron a la zona en la primera mitad del siglo XVI.

En la tradición local se ha dicho siempre que los indígenas que poblaban la región en los tiempos de la Conquista eran los llamados “motilones”, que se hicieron famosos por su belicosidad. Incluso es un nombre que se utiliza actualmente como sinónimo de cucuteño. Pero esto no es correcto. Los españoles llamaron así a unos grupos que vivían en las tierras selváticas de la cuenca de los ríos Zulia y Catatumbo, que habitaban mucho más al norte. Los habitantes del valle de Cúcuta tenían poco que ver con ellos. Además, bajo el sobrenombre de “motilones” se agruparon varias étnias cuyo nombre verdadero era diferente. Realmente, las gentes del valle de Cúcuta fueron considerados por los españoles un poco más afines a los cacicazgos de la zona montañosa del Norte de Santander que también llamaron incorrectamente “chitareros”. Pero es probable que tampoco estén muy emparentados con ellos. Lo más correcto, dados nuestros conocimientos actuales, es considerar que el valle de Cúcuta en el momento de la llegada de los conquistadores estaba habitado por sociedades tribales y cacicazgos dedicados a la agricultura y a otras actividades, que probablemente hablaban una lengua de la familia chibcha y compartían con los llamados “chitareros” algunos rasgos culturales. Había varios asentamientos y el más grande fue el que le dio su nombre al lugar, aunque habían otros como los táchiras, tamocos, camaracos, etc.

Las primeras expediciones españolas recorrieron la zona a comienzos de la década de 1530 proveniente desde el Lago de Maracaibo. Sin embargo no se establecieron ni lograron una colonización efectiva. Se sabe que un grupo al mando del conquistador alemán Ambrosio Alfinger llegó hasta el valle de Chinácota donde perdió la vida a manos de los indios hacia 1532. Eso sirvió para que se creara la fama de belicosos que los acompañó en las décadas posteriores. En la década siguiente hubo otros intentos de colonización, pero fue la expedición comandada por Pedro de Ursúa y Ortún Velasco que partió desde Tunja a finales de 1549, la que logró un control más o menos efectivo de la región. Orsúa y Velsco fundaron ese año la ciudad de Pamplona, en la zona fría y montañosa y enviaron hombres a explorar hacia el norte, encontrando el valle de Cúcuta. Luego de varios años de guerras y negociaciones, los indígenas se sometieron a la Corona y fueron entregados en encomienda a varios vecinos de Pamplona. A partir de entonces empezaron a darles tributos y a trabajar para ellos en diversas labores agrícolas, ganaderas y mineras. Pero la zona se mantuvo como una región de frontera con poca presencia española. Los indios de Cúcuta daban pocos tributos y estaban muy lejos de las minas de oro y plata de la región. Por lo tanto no tuvieron que sufrir este penoso trabajo, pero si fueron empleados en las canoas que empezaron a utilizarse por el río Zulia. Esta se convirtió en una arteria fluvial muy importante que comunicaba al Nuevo Reino de Granada con el Lago de Maracaibo, desde donde se establecía la conexión con Europa.

El régimen de la encomienda y las enfermedades de origen europeo para las cuales no tenía defensas generaron pronto una gran disminución de la población nativa en toda la provincia de Pamplona y en el valle de Cúcuta en particular. Hacia 1560 las encomiendas de Cúcuta podían tener unos 700 hombres en edad productiva, pero ochenta años después, hacia 1640 la encomienda que tenía por aquel entonces Cristóbal de Araque, descendiente de los primeros conquistadores, tan sólo tenía 54 hombres aptos para el trabajo, entre cúcutas, tamocos, camaracos, cabricaes y cacaderos. La disminución había sido entonces superior al 90%. Pero la crisis demográfica se había atenuado en las primeras décadas del siglo XVII con las medidas que empezó a tomar la Corona para proteger a la población nativa de toda América. Se mejoraron sus condiciones laborales, se controlaron los abusos de los encomenderos, se intensificó la evangelización y se procuró proteger la propiedad de la tierra de los nativos dándoles resguardos para que hicieran sus cultivos y organizándolos en pueblos al estilo español. Este fue el origen de la primera fundación hispánica de Cúcuta. Por el año de 1622, el visitador Juan de Villabona y Zubiaurre recorrió la provincia de Pamplona llevando a cabo este programa de reformas. Dictó una serie de medidas que transformaron la vida de las comunidades indígenas de toda la región, incluyendo a las de Cúcuta. En 1623 ordenó que los indios del valle se congregaran en un pueblo y les asignó un resguardo. Ese es el origen del que sería llamado luego San Luis de Cúcuta, que fue el primer poblado fundado en el valle. Probablemente quedaba en la margen oriental del río Táchira, donde hoy en día es el barrio San Luis.

De pueblo de indios a villa de mestizos en el siglo XVIII

San Luis era una pequeña aldea cercana a las tierras del resguardo que poco a poco fue creciendo. Sus habitantes estaban dedicados a la agricultura, la ganadería y el transporte fluvial. Algunos blancos y mestizos empezaron también a establecerse en el valle, con lo cual la población se estabilizó. En las primeras décadas del siglo XVIII se introdujo el cultivo del cacao en toda la región y empezó un periodo de bonanza. El cacao era exportado hacia Europa y las otras colonias americanas por la vía del Lago de Maracaibo y muchas personas empezaron a formar haciendas cacaoteras cercanas a los ríos que permitían el transporte del producto. Llegaron algunos vecinos de Pamplona, varios mestizos pobres en busca de trabajo y una gran cantidad de esclavos negros para las haciendas y la conducción de canoas. Ellos fueron el origen del segundo asentamiento hispánico del valle. La población blanca y mestiza que vivía en las márgenes y al interior del resguardo de Cúcuta quiso independizarse tanto en lo civil como en lo religioso del pueblo de indios y logró que se autorizara la fundación de una parroquia hacia 1733. Se dice que una matrona vecina de Pamplona llamada Juana Rangel de Cuellar, descendiente de los primeros conquistadores, donó unos terrenos en su hacienda llamada Guasimales para que allí se hiciera la fundación. El sitio exacto al parecer se llamaba Tonchalá, en el margen occidental del río Táchira, a uno o dos kilómetros de San Luis. La parroquia fue llamada San José de Guasimales o San José de Cúcuta.

El auge del cacao y del comercio hacia la capitanía de Venezuela hizo que llegaran más gentes y la población empezara a crecer. Poco a poco se formaron otros asentamientos un poco más al sur que también quisieron ser parroquias y villas. Así nació el tercer poblado del valle, unos kilómetros al suroriente. Fue El Rosario, que por aquel entonces era un sitio más poblado que San José y San Luis. En 1773 se organizó como parroquia a partir de una donación de Ascensión Rodríguez. Recibió en 1780 el título de villa y una década más tarde, hacia 1792, San José sería elevada al mismo rango. Las dos nuevas villas y el pueblo de indios de Cúcuta quedaron subordinados a Pamplona que siguió siendo la capital de la provincia durante varias décadas.

El final de la Colonia y la Independencia

Al comenzar el siglo XIX el comercio por los puertos sobre el río Zulia se diversificó, se intensificó y las villas siguieron creciendo. Hacia 1808 los productos más importantes eran el cacao, el añil y el café. El corregidor Joaquín Camacho comentó ese año que la prosperidad de Pamplona ya se debía a las haciendas de cacao de sus vecinos en el valle de Cúcuta y al comercio que desarrollaban por el puerto de Los Cachos, en el sitio de Limoncito, sobre el río Zulia hacia lugares como Barinas, las islas del Caribe y Europa. Eso había atraído también algunos inmigrantes europeos y destacó la colonia catalana establecida en San José. Sin embargo un gran obstáculo para el desarrollo de la villa era el mal estado de los caminos. Afortunadamente los ríos eran fácilmente navegables. Camacho calculó la población de las dos villas en unos 2150 habitantes y en el pueblo de Cúcuta todavía se contaban unos 660 indios.

Esta era la situación en la víspera del rompimiento con España. Dos años más tarde, la crisis política en la metrópoli y las guerras napoleónicas precipitaron la ruptura de las colonias americanas con su madre patria y la región se vio afectada por los movimientos de formación de juntas de gobierno que se dieron por toda la América española. El 4 de julio de 1810 la élite pamplonesa se levantó contra el gobernador español y lo depuso. A finales del mismo mes se organizó una junta que gobernó a nombre de Fernando VII, tal como se hizo en las demás provincias del imperio. San José y El Rosario mostraron su apoyo a estos movimientos. La región mantuvo su lealtad a la Corona, pero en 1813 se declaró la independencia formalmente. La lucha entre los ejércitos patriotas y españoles que empezó a continuación afectó a las villas de San José y El Rosario notablemente. Las tradiciones locales hablan de algunos personajes que se destacaron en esta coyuntura. Entre los más importantes está doña Mercedes Abrego de Reyes, una costurera que se dice que le cosió una casaca al coronel Bolívar cuando sus tropas pasaron por San José. Cuando las tropas realistas retomaron la villa en octubre de 1813 fue condenada a muerte por su ayuda a los rebeldes. También se destacan los hermanos Ambrosio y Vicente Almeida que formaron guerrillas patriotas que operaron durante la reconquista española, entre 1813 y 1817. Luego huyeron a los Llanos Orientales donde se unieron al Ejército Libertador y participaron en las batallas más importantes. Después de la victoria obtenida en Boyacá entraron con los vencedores en Santafé en agosto de 1819 y se establecieron en esa ciudad.

La Villa del Rosario se ha hecho famosa por haber sido la cuna del general Francisco de Paula Santander (1792), quien era hijo de un hacendado del cacao y se convirtió luego en uno de los máximos dirigentes patriotas, llegando a ser varias veces presidente de la naciente república y uno de sus organizadores institucionales. El Rosario también fue elegida como sede para la realización del Congreso de 1821 que inició labores el 6 de mayo con la presencia de diputados de Cundinamarca y Venezuela, con el fin de crear un Estado independiente llamado la Gran Colombia, conformado por la capitanía de Venezuela y el virreinato de la Nueva Granada. El Congreso fue presidido por Antonio Nariño y sesionó en la iglesia de la villa, lugar que aún se conserva aunque en ruinas por haber sido destruida en el terremoto de 1875. El proyecto de la Gran Colombia, sin embargo, tuvo una corta duración porque en 1830 se rompió la unión y se formaron las actuales repúblicas de Colombia (que incluía Panamá), Venezuela y Ecuador.

Siglos XIX y XX

El fin de la guerra y la formación de la república significó un nuevo aire para el comercio, en especial para la villa de San José, la mejor situada geográficamente para servir de puerto seco. El fin del monopolio español permitió la participación abierta de otras naciones como Inglaterra y Francia en el intercambio comercial y esto trajo nuevas oportunidades. Se establecieron más colonias extranjeras y nuevos productos se empezaron a transportar para abastecer los mercados internacionales. El cacao, el café y el añil siguieron siendo importantes, pero se agregaron la panela, el tabaco, y la quina, entre otros. También los famosos sombreros de jipijapa elaborados por los artesanos de las regiones aledañas. El aumento en la actividad comercial llevó a un mayor desarrollo de la villa de San José, que empezó a predominar sobre los demás asentamientos del valle. El pueblo de San Luis terminó siendo absorbido por San José y la villa del Rosario se estancó en su crecimiento. Hacia 1850 se creó la Provincia de Santander y San José de Cúcuta se designó como su capital. Fue un reconocimiento a su desarrollo. Luego, en 1859 fue la capital del Departamento de Cúcuta, perteneciente al Estado Soberano de Santander. Estos cambios significaron su independencia de Pamplona, que hasta ese entonces había sido la ciudad dominante de la región. En términos demográficos, hacia mediados de la década de 1860, Cúcuta superó a Pamplona en número de habitantes. Mientras la antigua capital de provincia se estancaba, Cúcuta florecía. Desde 1854 aparecieron los primeros periódicos como La Prensa, luego hubo otros como La Dulcinea y El Comercio. El primero que funcionó diariamente lo hizo desde 1871 y fue el Diario del Comercio, dirigido por don Francisco de Paula Andrade. Desde 1874 se estableció el telégrafo. Por aquel entonces la ciudad tenía unos 12 barrios, con 2 plazas, unas 3 iglesias, el consulado de comercio, 137 establecimientos comerciales, 72 industriales, un colegio, 2 teatros y otra serie de instituciones que dan una idea de su desarrollo. La población ya llegaba a unas 8.000 almas.

Pero la pujante ciudad sufrió un duro golpe de la naturaleza que frenó un poco su desarrollo. En la mañana del 18 de mayo de 1875 un fuerte movimiento sísmico acabó con la mayoría de las poblaciones del valle de Cúcuta. La ciudad fue prácticamente destruida y se calcula que hubo cerca de 500 muertos. Sin embargo, la ayuda del gobierno y de los particulares llegó pronto y se emprendió la reconstrucción en el mismo emplazamiento que tenía, con un trazado urbano más moderno. La fisonomía actual del centro de Cúcuta se debe a este plan de reconstrucción, que se hizo pensando en una ciudad de unos 25.000 habitantes, pero a comienzos del siglo XX esta cifra fue ámpliamente rebasada. La ciudad renació en los años siguientes y siguió con sus planes de desarrollo. Se construyó el tranvía, se abrieron varios caminos hacia el río Zulia y hacia Venezuela y se empezó la construcción del Ferrocarril de Cúcuta. Este fue el proyecto más importante para la ciudad a finales del siglo XIX y comienzos del XX, ya que impulsó el comercio de una forma nunca vista. Desde 1865 se venía mejorando el camino que unía a la ciudad con el puerto de San Buenaventura, sobre el Zulia, y en 1876 se firmó el contrato para construir una vía férrea. Las obras empezaron en 1879 y en junio de 1888 los rieles llegaron a los suburbios del norte de la ciudad. Se construyeron tres líneas. La primera hacia el norte para alcanzar el río Zulia. La segunda al sur para enlazar con el interior del país y la tercera al oriente para unirse con Venezuela.

Cúcuta también sufrió durante la Guerra de los Mil Días (1899-1902) porque fue escenario de algunas acciones bélicas. Fue sede de un gobierno revolucionario liberal. Después de la batalla de Palonegro (10-25 de mayo de 1900) algunos batallones liberales se refugiaron en la ciudad que fue sitiada por los conservadores desde el 11 de junio. Al cabo de 35 días de asedio la plaza fue tomada. Después de la guerra, las actividades comerciales se reanudaron y Cúcuta continuó con su expansión. Desde 1910 se creó el actual Departamento del Norte de Santander y Cúcuta fue elegida como su capital. El ferrocarril siguió funcionando y vivió su momento de mayor actividad en la década de 1920. Sin embargo, a mediados de la década de 1930 empezó a decaer. La línea de la frontera dejó de funcionar en 1933. Tres años después lo hizo la línea del sur. La del norte sobrevivió hasta 1960 cuando detuvo sus actividades definitivamente. El ferrocarril había dejado de ser el medio de transporte preferido para la actividad comercial y fue reemplazado por los automóviles y camiones que aprovecharon el mejoramiento de las vías y el bajo costo de la gasolina. Desde entonces este ha sido el medio predominante, desplazando la tradicional ruta fluvial por el río Zulia y el ferrocarril que dependía de ella.

La segunda mitad del siglo XX ha significado para Cúcuta un desarrollo vertiginoso. Su destino económico y cultural está fuertemente atado a su situación fronteriza. Lo que sucede en Venezuela repercute ámpliamente en la ciudad, que ha visto épocas de crisis y bonanza en sintonía con lo que sucede en el vecino país. Grandes empresas se han establecido en la ciudad, se han emprendido obras públicas de gran magnitud, como el Aeropuerto Internacional Camilo Daza, que funciona desde la década de 1970. Más recientemente se han construido centros comerciales y se han adecuado muchas vías. Si se observan las cifras de población se puede apreciar que desde la década de 1950 la ciudad ha multiplicado varias veces su tamaño, pasando de unos 100 000 habitantes a unos 600 000, que superan el millón si se tiene en cuenta toda su área metropolitana. A pesar de que se viven tiempos de crisis económica e incertidumbre, la historia de Cúcuta ha demostrado que sus habitantes han sabido sortear las dificultades y salir fortalecidos de las adversidades. En este caso, esperamos que la historia siempre se repita.

Bibliografía

Colmenares, Germán. Encomienda y población en la provincia de Pamplona, 1549-1650. Bogotá: Universidad de los Andes, 1969.

Febres-Cordero, Luis. Del antiguo Cúcuta. [1917] Bogotá: Antares, 1950.

Febres-Cordero, Luis. El terremoto de Cúcuta. Bogotá: Banco Popular, 1975.

Rodríguez Lamus, Luis Raúl. Los correos y las estampillas de Cúcuta y del Norte de Santander. Bogotá: Gente Nueva, 1983.

Tovar, Hermes, Camilo Tovar y Jorge Tovar. Convocatoria al poder del número. Censos y estadísticas de la Nueva Granada, 1750-1830. Bogotá: AGN, 1994.

Tovar, Hermes, Luis E. Rodríguez y Marta Herrera. Territorio, población y trabajo indígena. Provincia de Pamplona, siglo XVI. Bogotá: Icch, 1998.

 

Población de Cúcuta (1560-2005)

 

Año Población
1560 2608
1641 216
1808 2.147
1817 2.295
1825 2.648
1843 4.590
1851 6.353
1864 7.345
1870 9.226
1896 17.475
1912 25.955
1918 29.490
1923 40.151
1928 49.279
1938 57.248
1951 95.150
1964 175.336
1973 290.852
1985 379.478
1993 482.490
2005 587.676

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«La utilidad de lo inútil en nuestra vida», por Nuccio Ordine (conferencia)

 

Comparto con ustedes el video de esta conferencia – conversación con el profesor Nuccio Ordine, titulada «La utilidad de lo inútil en nuestra vida» (marzo de 2019). Es una interesante reflexión y toda una lección sobre el significado de la educación contemporánea, los sistemas de evaluación con criterios económicos, la importancia de la literatura, la historia y las humanidades, una reivindicación del aprendizaje lento, un llamado a desintoxicarnos de lo digital, entre muchas otras cosas. Amamos las disciplinas donde hemos encontrado grandes profesores.

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«El niño de Neanderthal», poema de Jaime Jaramillo Escobar

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[Comparto con ustedes este poema del poeta colombiano del movimiento nadaísta, Jaime Jaramillo Escobar, escrito a mediados de la década de 1980. Siempre me ha resultado conmovedor y muy en sintonía con los últimos descubrimientos sobre la evolución humana].

En memoria de Andrés Holguín

Oh niño mío excavado, en cuya modestísima tumba se acumularon los siglos, las edades,

balbuciente niño mío,

setenta mil años desde los tiempos Würm

y la cabra montés aún te rodea con sus cuernos

en Tshik-Tash, revestido de lajas.

No estaba allí para pintarte el ocre rojo,

ni había ninguna otra cosa que aquellos cuernos de las altas culturas de caza,

que bien te han defendido a falta de una punta de lanza.

Has atravesado con tus huesos la génesis y llegado con ellos hasta nuestros días,

mudo y vencido en la vastedad de las edades,

elocuente silencio de los niños,

que callan para darnos tiempo de comprender,

abarcas con tu ternura más de cien mil años,

nos extiendes las manos y no sabemos decirte nada.

Cuando te depositaron allí, abatido por la bestia de la fiebre,

tus padres, que nada sabían,

vieron que habías muerto y te abrieron un regazo en el suelo de la cueva.

Desaparecida tu ascendencia en la desolación de los continentes,

te encontramos sin nombre y dijimos: –Este es el niño de Neanderthal,

su raza dominó en Europa, ocupó todas las cavernas,

y un día desapareció de repente, dejándonos este niño

para que lo cuidásemos.

Te enviaron en ese viaje a través de la Prehistoria, del mismo modo que nosotros enviamos nuestro mensaje a las estrellas en una botellita con cohetes.

Para la fría época del Pleistoceno Superior, durante la glaciación,

quedaste sepultado bajo el tiempo más pesado que la roca y el olvido,

Y he aquí que una mañana, cuando nadie te esperaba,

fuiste apareciendo tan lozano y cariñoso, a flor de tierra estabas, a punto de probar el aire dulce.

–No pertenece a nuestra raza, dijimos, éste es un eslabón perdido, aquí se rompió la cadena. En el largo proceso falta este niño, pero es muy pequeño y no podíamos esperar descendencia suya, así que hemos buscado otro portillo en la evolución y hemos salido por ahí, y ahora tenemos este niño y nos ofuscamos y no sabemos qué hacer con él.

Oh niño mío, te acuno en mis brazos como a un abuelo.

En un rincón de la memoria inconsciente brillan tus ojos negros.

Por el río misterioso de tu sangre veníamos, desde el musgaño arbóreo y toda la rama de los símidos,

de rama en rama hasta el orgullo del Holoceno.

Aquí, decimos, hemos parado, plantamos nuestras tiendas y por fin somos hombres, casi dioses,

Homo sapiens

y no sabemos nada,

un niño de cien mil años nos confunde.

Más dios eres tú que por lo menos te conservas en tu tumba,

mientras nuestras cenizas son esparcidas a la interrogación de los vientos.

Más sabio tú que conocías el camino de regreso,

en tanto nosotros estamos aquí varados en mitad de la historia

consultando mapas esféricos.

Alguien juega al billar con planetas.

Mientras tú reposabas hemos dado numerosísimas vueltas alrededor de la tierra y de ese modo construido las edades.

Desde que se inventaron los relojes no hemos tenido descanso.

Inventamos también la palabra “adelante” para que nos precediera,

y detrás de la palabra “adelante” hemos circunnavegado el globo.

Últimamente en las naves más veloces viajamos de espaldas y a esto también lo llamamos “ir adelante”.

Si el Universo se encontrara de viaje hacia algún lugar, por ejemplo hacia “Tathmahinta que es el codo izquierdo del cuerpo de Dios”, según lo descubrió Apollinaire, o hacia “Adramar, que es un dedo majestuoso del pie derecho del cuerpo de Dios”, entonces nosotros podríamos ser dueños de la palabra “ir” y de la palabra “adelante”, pero el Universo no puede desplazarse de su eje porque las estrellas saldrían disparadas como chispas de esmeril.

En la eternidad estás inconmoviblemente asentado, fuera del movimiento y del tiempo, porque la eternidad no suma ni resta, el círculo de la eternidad es infinito y te ha sido puesto como anillo al dedo, único adorno en tu morada, oh infante desposado de la Madre: dios femenino que fue el primero que conoció nuestra mente en la reserva y en el secreto del clan.

A ti que existes y no existes puedo hacerte la pregunta que no tiene respuesta, tú que eres portador del Sí y el No, que has atravesado los tiempos agarrado a unos cuernos de cabra, ningún otro navegante fue más lejos, un viaje hecho para nada, con prescindencia de todas las reglas de la economía.

Oh niño mío, único habitante del Limbo, el verdaderamente solo ante el horizonte, qué lejos estás, qué profundo en tu identidad irrescatable.

No procede el hombre de tu pacífico linaje.

El Dios de los hombres es guerrero, con un rayo láser en la mano.

Los antropólogos han deducido que puesto que eras pacífico es porque eras menos inteligente.

La historia humana es la invención y el perfeccionamiento de sus armas hasta la “Máquina del Juicio Final”.

“Armas para la paz” es un contrasentido. Malicia y mala fe.

Cuando dejamos la caza de animales empieza el período en que el hombre se vuelve cazador de hombres y los leones se dedican a hacer payasadas en los circos o a sentarse tranquilamente ante los visitantes de los museos.

Vienes con tu esqueleto para dejar bien sentado el principio de nuestra preeminencia.

¿Qué es un esqueleto? “Restos”, decimos, pero un esqueleto es también una acusación, es una prueba, es un testigo, y por eso los generales huyen ante los esqueletos.

Si sacamos todos los esqueletos de nuestros hombres y los llevamos en procesión ante el general, el general no resiste, el general se desploma.

El antropólogo toma las medidas del cráneo y dice: –Que muera por segunda vez este niño, que este niño pase al otro tomo, sepultadle de nuevo antes del año cero.

No haya para él el ocre rojo, símbolo de resurrección,

como tampoco lo habrá para nosotros,

pues tampoco nosotros llegaremos a ser cuna del hombre,

y en ese sentido somos hermanos del niño de Neanderthal, dos intentos frustrados, dos niños muertos.

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¿Existió o no el cacique Tisquesusa?

Según el Instituto [Colombiano] de Antropología e Historia, no hay registros de ese nombre, que al parecer fue el que los españoles le dieron al cacique Bogotá.

El Espectador, Bogotá 3 de mayo de 2014 – 6:14 PM

Ilustración de Heidy Amaya con base en estampilla del cacique Tisquesusa.

[Comparto con ustedes esta entrevista para el periódico bogotano El Espectador, realizada en 2014 sobre la forma en que se desarrolló la conquista del altiplano central de la actual Colombia y algunos de los errores que cometieron los cronistas y han llegado hasta nuestros días convertido en símbolos de la identidad nacional. Espero que sea de su interés.]

Juan Sebastián Jiménez Herrera

Un litigio en el Consejo de Estado fue la excusa perfecta para recordarnos que muchas veces la historia no ocurrió como nos la cuentan. En virtud de un proceso que se adelanta por una solicitud presentada por el Banco de la República para que se anule el registro de la marca Tisquesusa, al Consejo de Estado llegó un oficio en el que el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh) sostiene que no hay ningún registro oficial de que a mediados del siglo XVI hubiera existido un cacique llamado así. Al parecer, el nombre Tisquesusa fue una invención del cronista español Juan de Castellanos para referirse al cacique de Bogotá.

En el oficio, conocido por El Espectador, el Icanh sostiene que, con respecto a este cacique, “es difícil establecer si Tisquesusa fue su nombre real (…) En todos los documentos disponibles se le llama Bogotá, no Tisquesusa. Al parecer este fue su nombre real. El zipa combatió contra los conquistadores en varias ocasiones hasta que resultó herido de muerte, probablemente, a comienzos de 1538”.

Los españoles crearon toda una serie de leyendas alrededor de la muerte del cacique de Bogotá, de la que se enteraron varios meses después de ocurrida. Entonces, tras su muerte “se generaron leyendas como que había sido enterrado con grandes cantidades de oro”. Esto le costó la vida a su sucesor, un zipa llamado Sagipa, quien pese a haber negociado la paz con los españoles en 1539, fue traicionado y acusado de “no querer revelar el lugar del entierro y fue torturado por esta razón hasta la muerte”.

El documento agrega que “muchos años después, en 1590, el sacerdote y cronista Juan de Castellanos, en su obra Elegías de varones ilustres de Indias, cambió el nombre de Bogotá por el de Tisquesusa y se ignora de dónde tomó este dato. Es posible que haya sido de alguna tradición oral de la época. A partir de ese momento los cronistas —como el franciscano Pedro Simón— tomaron como cierto este dato y empezaron a llamar a este jefe Tisquesusa —en lugar de Bogotá— y así fue como en la tradición histórica de Colombia se perpetuó ese nombre”.

El informe, firmado por el director del Icanh, Fabián Sanabria, y proyectado por el profesor Jorge Gamboa, ya hace parte del proceso al final del cual el Consejo de Estado debe definir si anula o no el registro de esta marca que, de acuerdo con el Banco de la República, no debió haberse realizado puesto que “la marca Tisquesusa no es susceptible de registro por cuanto está conformado por nombres, caracteres y símbolos de comunidades indígenas y ancestrales del país”.

Las invenciones de Indias

En entrevista con este diario —y al margen del proceso judicial—, el profesor Jorge Gamboa se refirió al oficio y a los hallazgos que ha hecho el Icanh tras años de revisar el Archivo General de Indias y buscar y estudiar los documentos producidos entre 1537 y 1550.

Asegura, entre otras cosas, que “los cronistas de Indias mencionaron unos nombres de jefes indígenas que —al parecer— existieron acá. Pero se puede comprobar fácilmente que la mayoría eran nombres tal vez inventados por ellos o nombres que la gente, la tradición oral, había creado y recogido para la época en que los cronistas escribieron. Es decir, entre 50 y 100 años después de ocurridos los hechos”.

Lo que pasó con Tisquesusa es igual a lo que ocurrió con el cacique Quemuenchatocha. “Son nombres que no se sabe de dónde salieron realmente, porque en los documentos originales no aparecen. En el caso del cacique de Tunja, en las crónicas aparece como Quemuenchatocha, pero en los documentos originales aparece el nombre Eucaneme. Y el origen del nombre Quemuenchatocha no es por el cacique sino por un sobrino suyo que se llamaba Quiminza”, dice Gamboa.

Pero los cronistas no sólo inventaron o, mejor, modificaron los nombres de varios de los caciques del altiplano cundiboyacense, también contaron historias no del todo ciertas. “Por ejemplo, en el caso de Tunja, de acuerdo con los cronistas, los españoles tomaron preso a un cacique, lo torturaron y lo obligaron a pagar con oro por su rescate, pero resulta que ese cacique que ellos tomaron realmente no era el cacique, el verdadero se había escondido en las montañas cercanas a Tunja y había enviado a uno de sus subalternos para que hablara con los españoles y fue a ese subalterno al que tomaron como rehén y durante mucho tiempo creyeron que era el cacique”.

Gamboa explica que esa era una estrategia muy usada por los indígenas: la de no exponer a sus jefes ante los españoles sino enviar gente, “incluso disfrazada”, para que se hicieran pasar por ellos y que en caso de que los españoles los traicionaran, no lo hicieran con el verdadero cacique.

De la misma forma, “todo el proceso de conquista del altiplano cundiboyacense fue muy diferente a como lo cuentan los cronistas. Por ejemplo, omitieron la participación de los mismos indígenas en el proceso de la conquista: la alianza que algunos indígenas hicieron con los españoles para someter a su propia gente. Digamos que la historia siempre se ha contado un poco —a partir de los cronistas mismos— como que los españoles fueron los protagonistas, que sometieron a los indígenas solos, pero resulta que cuando los españoles llegaron hicieron alianzas con los jefes indígenas que lograron atraer a su bando y fueron esos jefes indígenas los que proveyeron las tropas, los alimentos y la logística, y los que resultaron, en últimas, ayudando en la conquista de todo el territorio de lo que fue la Nueva Granada. Eso ocurrió en toda América”.

“Por ejemplo, el cacique de Guatavita —cuyo nombre no conocemos, porque desde siempre se le conoció como el cacique de Guatavita— era enemigo del cacique de Bogotá y fue uno de los primeros aliados que tuvo Gonzalo Jiménez de Quesada”.

En lo que al mito de El Dorado se refiere, Gamboa asegura que este fue contado por el cacique de Guatavita al cronista Juan Rodríguez Freyle, que lo reprodujo en el libro El Carnero. “O sea, estamos hablando de que cien años después de la conquista un cacique, que en ese momento gobernaba el pueblo de Guatavita, que ya era un pueblo hispanizado, le contó una leyenda al cronista y el cronista la reprodujo en su libro”.

‘Hicieron lo que debían’

Gamboa es vehemente en que de ninguna manera se puede juzgar a los cronistas de Indias por estas invenciones. “En esa época era muy difícil hacer historia en el sentido que la hacemos hoy en día. Se dependía mucho de la tradición oral y obviamente con el tiempo las historias cambiaban. Y los cronistas solían escribir muchos años después. Algunos fueron protagonistas de los hechos y, digamos, los mejores cronistas fueron testigos de los hechos y reproducen y cuentan sus experiencias. Pero hay que tener en cuenta que todos tenían diferentes intereses y no escribían en el sentido en el que escribe hoy en día un historiador, sino que todos escribían por algún interés y exageraban, contaban cosas que no habían visto realmente. Solían tergiversar mucho por intereses propios. Por ejemplo, para lograr que la Corona los premiara por algún tipo de hazaña que decían haber hecho.

Exageraban, por ejemplo, la violencia y la ferocidad de los indígenas o sus capacidades militares, en el caso de los cronistas que eran militares. O en el caso de los cronistas sacerdotes, tendían a exagerar su labor evangélica, a decir ‘aquí era Sodoma y Gomorra’ o que los indígenas eran unos idólatras, pero entonces ellos habían llegado y habían acabado con todo eso y bautizaron a todo el mundo y los convirtieron a todos”.

Gamboa advierte que con las generaciones posteriores, es decir, con los cronistas del siglo XVII, hay muchos investigadores que han demostrado que escribieron “tratando de generar un sentido como de amor a la patria. Ya para esa época se concebían como descendientes tanto de los blancos como de los indígenas y querían sentir orgullo de sus antepasados, entonces por un lado hablaban con orgullo de las hazañas de sus antepasados conquistadores, pero al mismo tiempo señalaban que los indígenas no eran tan atrasados como los pintaban porque ellos mismos se veían como descendientes de los indígenas.

Por eso contaban que había unas sociedades indígenas muy desarrolladas, que no tenían nada que envidiar a las cortes europeas. Tendían a exagerar el desarrollo cultural y social de los indígenas. Por ejemplo, en ese siglo se generó la idea de que los muiscas eran una especie de reino, que había dos grandes reinos —el reino del zipa y el del zaque— y que eran muy parecidos a los reinos europeos. Pero una exageración fruto de esa necesidad. De esta forma se usó a los muiscas para construir identidad nacional”.

Gamboa concluye diciendo que, pese a los errores en los que los cronistas podrían haber incurrido, “trataron de darle una coherencia a este territorio. De todos modos, crear esas ficciones fue necesario y casi puede decirse que lo sigue siendo hoy en día. Toda nación es una comunidad imaginada y necesita de estos relatos —así sean ficticios— para generar una unidad política”.

https://www.elespectador.com/noticias/nacional/existio-o-no-el-cacique-tisquesusa-articulo-490297

Texto completo en pdf: Tisquesusa.

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¿Discutir en Internet es una pérdida de tiempo?

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Comparto con ustedes esta reflexión del periodista Jaime Rubio en El País de España sobre la inutilidad de discutir cualquier tema en Internet. Costumbre muy arraigada hoy en día. Lo recomiendo mucho para la discusión:
Rubio, Jaime. «¿Discutir en Internet es una pérdida de tiempo?». El País, Madrid, 8 de abril de 2019.
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